¿Sirve para algo la prevención?

La pregunta que titula este artículo puede parecer inocente,pero pensamos que su propia sencillez la convierte precisamente en
provocadora. Respondiendo a esa provocación, podríamos decir en
primer lugar que la prevención –como cualquier otra acción– siempre
sirve para algo. Por ejemplo y como mínimo: para gastar una partida
presupuestaria, para transmitir determinada imagen de la institución
que la impulsa, para crear puestos de trabajo… Esta primera respuesta
nos puede parecer demasiado obvia, simplista o incluso maliciosa. Por
lo tanto, y para seguir profundizando, quizás debamos plantear una
cuestión previa: ¿para qué queremos que sirva la prevención? Y ésta
sí que es una pregunta realmente revolucionaria, pues no siempre está
clara su respuesta en el seno de muchos programas de prevención. De
hecho, una debilidad de la prevención, señalada de manera unánime en
la literatura científica, es la siguiente: el diseño de los programas carece
en muchos casos de objetivos operativos de resultados, es decir, no
indican de manera clara lo que quieren conseguir, sino lo que quieren
hacer; de la misma forma, la inmensa mayoría de los programas no
realiza evaluaciones de resultados, sino únicamente de procesos.

Podríamos decir entonces que la prevención sirve para… hacer cosas.
Desgraciadamente, ésta es la única evidencia que se desprende de algunas
experiencias preventivas: que sirven para hacer cosas, que gastan
presupuestos, que transmiten una determinada imagen de la institución
impulsora, que crean algunos puestos de trabajo… pero no podemos
decir si detrás hay o no algo más. Ésta no es una situación nueva, sino
que viene siendo arrastrada desde los primeros programas de prevención.
Sin embargo, en estos momentos se dan algunas circunstancias
que la hacen especialmente relevante:

– Se ha abierto la veda de la crítica a la prevención. Ya se empiezan
a encontrar artículos que cuestionan su eficacia y eficiencia (especialmente
respecto a la prevención universal).

– La propia sociedad reclama no sólo el desarrollo de actividades
«tranquilizadoras de conciencias», sino que se comienza a exigir
resultados.

– La acumulación de experiencias e investigaciones, junto a la existencia
de herramientas técnicas de gran calidad, hacen cada vez
más injustificable la persistencia de diseños y prácticas carentes de
fundamentos teóricos, metodológicos y didácticos adecuados.

Por lo tanto, nos encontramos en un momento idóneo para introducir
modificaciones que aporten un nuevo impulso a las políticas preventivas
y los programas de prevención. Se trata de repensar (y en algunos casos
directamente de pensar por primera vez) para qué queremos que sirva
la prevención, y, lógicamente, qué estrategias pueden ser más adecuadas
para lograr que la prevención sirva para esos objetivos. Para ello, y
aunque el camino de la evidencia científica en prevención está necesitado
todavía de un mayor esfuerzo investigador, podemos ayudarnos de
las conclusiones extraídas de las diferentes evaluaciones y meta-análisis
realizadas en el contexto europeo, y especialmente en Estados Unidos
(Cuijpers, 2002; Tobler, 2000; Espada, J.P. et alt, 2003; Fernández, S.
et alt, 2002…). De esta manera, podríamos elaborar un listado de los
criterios que facilitan la eficacia de la prevención:

– Son más eficaces los programas de prevención
que, para elegir las variables sobre las que
quieren intervenir, se basan en modelos teóricos
validados. En concreto, los programas
de prevención que demuestran mayor eficacia
son los basados en modelos psico-sociales.

– Los modelos psico-sociales plantean una
amplia constelación de variables sobre las que
se debe incidir, variables de diferente tipo y
situadas en distintos ámbitos. Por ello, son
más eficaces los programas de prevención
multi-componentes, es decir, programas de
prevención que utilizan distintas estrategias
adaptadas a esa constelación de variables y
que aprovechan las sinergias e interacciones
entre ellas. En general, los componentes
señalados como más eficaces en la literatura
científica son los relacionados con los mitos
y las creencias en torno a las sustancias;
las normas subjetivas (conocimientos sobre
la prevalencia real del consumo de drogas,
incidencia sobre la aceptabilidad social ante
el consumo, trabajo en torno a la reacción
de las amistades ante el consumo…); las
habilidades para la vida; la mejora de las
relaciones familiares o las que sirven como
complemento de la intervención escolar con
medidas de tipo comunitario (familia, medios
de comunicación, creación de comités locales,
alternativas de tiempo libre,…).

– Son más eficaces los programas de prevención
que aplican una serie de pautas metodológicas
y didácticas (adecuada intensidad
y duración de la intervención, adaptación a
la población diana, utilización de agentes
preventivos cercanos a la población diana, que
garanticen una mejor adaptación y la continuidad
de la intervención, utilización de metodologías
interactivas, adecuada capacitación de
agentes preventivos y figuras mediadoras).

– Son más eficaces los programas de prevención
que siguen un proceso lógico y circular
en su implantación, es decir, un proceso en
el que cada fase tiene una relación lógica con
las anteriores y las posteriores.
Para terminar, y aunque la investigación nos
debe seguir ofreciendo más evidencias sobre las
estrategias y metodologías preventivas de mayor
eficacia, de momento proponemos este triple
ejercicio:

– No dejar de preguntarnos permanentemente:
¿sirve para algo lo que hacemos?; y su
consiguiente: ¿para qué queremos que sirva
lo que hacemos?

– Valorar esas respuestas desde el grado de
ajuste de las mismas a los criterios que facilitan
la eficacia de la prevención.

– Para la aplicación de esos criterios, buscar el
apoyo de las múltiples herramientas técnicas
disponibles en la literatura del sector: investigaciones,
manuales teóricos y metodológicos,
sistematización de experiencias,…

Publicado en Centro de Documentación de Drogodependencias (CDD). Observatorio Vasco de Drogodependencias

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