Desde el consumo de las anfetaminas en los años 60, hasta el consumo de éxtasis en nuestros días, con el paso del tiempo se constata un mayor número de personas que consumen diferentes tipos de drogas. Pero desde esta perspectiva histórica, también hay que subrayar un aspecto socialmente positivo: el reconocimiento social de que el alcohol y el tabaco son drogas.
Las sociedades están inmersas en un proceso dinámico de evolución en el que hábitos, pautas de conducta, niveles de consumo, modas y costumbres, se modifican y transforman al compás de los hechos históricos, políticos y sociológicos y a tenor del incremento de las libertades, del nivel de vida y de la renta per cápita.
Nuestro país ha experimentado en las últimas décadas cambios sustanciales. Volvamos por un momento la vista atrás para recordar el conjunto de costumbres, estilos de vida y relaciones sociales que han sido modificados por nuevos valores, por la influencia de los medios de difusión de la información, por la apertura experimentada en nuestro país con la llegada de la democracia y nuestra integración en la Unión Europea.
En lo que respecta a las drogas también se han vivido cambios. Por ejemplo, en los años 60 el consumo se asociaba exclusivamente a la vertiente policial represiva. En 1967 se crea el Servicio de Control de Estupefacientes. Jóvenes y menos jóvenes consumen, desde comienzos de los 60, barbitúricos y anfetaminas y lo hacen -según diversos testimonios- para estudiar mejor y rendir más. Es decir, por su carácter estimulante.
En los años 70, coincidiendo con la crisis terminal y agónica de la dictadura, comienza a percibirse la necesidad de intervenir para atajar las dimensiones que comienza a adquirir el fenómeno y, desde una perspectiva experimental, algunos miembros de la Brigada de Estupefacientes comienzan a dar charlas, supuestamente preventivas, en algunos centros educativos fundamentalmente privados.
Con la llegada de la democracia y el comienzo de la transición política comienzan a respirarse nuevos aires vinculados, en primer lugar, a las preocupaciones y planes de actuación de los primeros ayuntamientos democráticos. Es de destacar la preocupación por el concepto de «educar sobre las drogas», es decir, prevenir y actuar desde distintos frentes a fin de evitar su expansión, pero teniendo a la escuela como un pilar básico.
En 1985 se crea el Plan Nacional sobre Drogas (PNsD) y, poco después un buen número de planes regionales en el nivel autonómico, con la intención de incrementar los recursos, coordinar las actuaciones e implicar no sólo a las administraciones públicas sino también a las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs), que juegan un papel muy destacado como representantes de la sociedad civil en la lucha contra la drogadicción.
Entretanto, nuevas sustancias han desplazado a las anteriores. En los años 80 se vive el «boom» de la heroína y también experimenta un alza el consumo de cocaína. La heroína comienza a ser consumida en ciertas elites intelectuales y económicas para pasar a extenderse a los barrios marginales.
Los estragos del VIH/SIDA, con el incremento en el número de transmisiones por vía intravenosa, origina un descenso en el número de heroinómanos y un desplazamiento en los consumos hacia otra sustancia: la cocaína. Inicialmente relacionada con círculos de elite, pronto pasa a convertirse en una droga interclasista y el incremento en su consumo es, al menos, paralelo al descenso experimentado por la heroína.
“Más del 40% de la población considera que la Educación para la Salud es uno
de los mejores instrumentos para combatir las drogodependencias”.
En la década de los 90 irrumpe y se generaliza un nuevo fenómeno emergente: las drogas de diseño o de síntesis; básicamente derivados anfetamínicos y, sobre todo, el MDMA o «éxtasis». La evolución no significa en modo alguno que la aparición de una nueva sustancia desplace a las anteriores, sino que se produce un fenómeno de coexistencia. No podemos decir, por ello, que exista una droga de los 70, 80 o 90. No tiene sentido hablar de «droga» en singular sino de drogas, en plural, ya que todas
las que hemos ido enumerando están presentes y las drogas de síntesis se han unido a este mercado siniestro. Junto a esto, y no por último menos importante, no podemos perder de vista que sólo hemos hablado de la secuenciación de las drogas ilegales y en ningún caso podemos asumir esta panorámica sino como algo parcial y sesgado.
Desde la perspectiva histórica hay que subrayar otro aspecto socialmente positivo: el reconocimiento social de que el alcohol y el tabaco son drogas. Social o culturalmente integradas, pero con un enorme peligro para la salud de la población, estas sustancias, legal y tradicionalmente admitidas en nuestra sociedad son, cada día más, consideradas como un peligro real y no sólo potencial. Ésta es una cuestión muy importante para actuar ante los problemas asociados al consumo de drogas ya que, como tantas otras cosas, si definimos erróneamente el problema, difícilmente podremos reaccionar adecuadamente y subsanarlo.
Reconocer la coexistencia de diferentes drogas y los fenómenos crecientes del policonsumo –consumidores de diversas drogas- y la politoxicomanía –dependencia simultánea de varias drogas-, favorece también la posibilidad de un buen diagnóstico que haga posible llevar a cabo acciones acertadas.
Algunos trabajos ponen de manifiesto que la edad de inicio en el consumo de alcohol está fuertemente relacionada con la edad de inicio en el consumo de tabaco. Casi todos los jóvenes que consumen cannabis se inician con el alcohol y el tabaco y, cuanto antes se empieza a consumir alcohol y tabaco, antes se empieza con el cannabis. Por lo tanto, la precocidad y la intensidad de consumo de alcohol constituye una de las variables más frecuentemente correlacionadas con el uso posterior de otras drogas ilegales. Cuanto más baja es la edad de inicio en el consumo de alcohol, mayor es la probabilidad de que se usen otras sustancias después y, por supuesto, de que aparezcan más problemas para las personas.
No es sólo la sustancia en sí, el alcohol, lo que puede producir el acceso a otras drogas sino, sobre todo, los distintos factores sociales y culturales asociados a su uso. De hecho, parece existir un cierto estilo de vida común en los jóvenes consumidores habituales de cualquiera de las drogas mencionadas.
En los últimos años se ha constatado un aumento preocupante de su consumo entre la población adolescente, y los problemas relacionados con el consumo abusivo constituyen graves amenazas para el bienestar y la vida de las personas, abarcando diferentes áreas del individuo y su entorno: salud, familia, relaciones sociales, fracaso escolar, situación laboral, legal, etc. Además, queremos insistir en que el consumo abusivo de bebidas alcohólicas resulta un punto crítico en el proceso de aprendizaje de uso de otras sustancias.
Las dimensiones del problema de las drogodependencias son considerables pero, debe existir en la ciudadanía el convencimiento de que se puede avanzar en su solución con acciones coordinadas desde las instituciones públicas y desde la sociedad civil. En una encuesta reciente se ha puesto de manifiesto el hecho de que un porcentaje ligeramente superior al 40% de entrevistados considera que “La Educación para la Salud” es uno de los mejores instrumentos para combatir las drogodependencias.
Artículo extraído de la publicación editada por CEAPA
“Prevención de las drogodependencias”
Autores: Tatiana Privolskaya, Antonio Chazarra y Luis García.
Publicado en la Revista de CEAPA (Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos) Número 77. Enero | Febrero de 2004