Hacia la percepción de riesgo basada en la evidencia

Protocolo para citar este artículo: Hidalgo, E. 2004. Hacia la Percepción de Riesgo Basada en la Evidencia. http://www.ieanet.com/boletin/opinion.html?o=161

Hace tiempo que algunos profesionales vienen manifestando la necesidad de hacer de la Prevención una disciplina científica en la que, por encima de la buena voluntad, se trabaje en base a la “evidencia objetiva”. Hasta el momento, todo el peso de esta voluntad cientificista se ha centrado en la necesidad de evaluar los programas, las estrategias y las actividades preventivas, con la intención de poder valorar qué funciona y qué no y, en consecuencia, que nos conviene aplicar y qué no para nuestros propósitos preventivos. Sin embargo, parece que se estuviese empezando a construir la casa por el tejado, pues, antes que llegar a la evaluación, habría de ser en la propia declaración de intenciones de la Prevención, en los objetivos que se marca, donde tendría que comenzar a aplicarse la mencionada sustitución de la buena voluntad por el trabajo en base a la evidencia y por el cientificismo. Vemos, por ejemplo, como uno de los principales objetivos preventivos que se suelen señalar (junto con el descenso en la cantidad de consumidores y el retraso en la edad de inicio en el consumo) es el aumento en la percepción de riesgo asociado al uso de drogas. Pues bien, trabajar desde la objetividad y la evidencia requeriría que, para que el objetivo de aumentar la percepción de riesgo fuese legítimo, esta percepción de riesgo entre el público destinatario tendría que ser siempre más baja que el riesgo real y objetivo (pues de no ser así, estaríamos elevando la percepción de riesgo por encima de lo que indica la evidencia y la objetividad, lo cual sería completamente acientífico). Esto, a su vez, requeriría que los distintos riesgos asociados al uso de drogas estuviesen claramente objetivados y operativizados y no que se remitiesen a vagas consideraciones en las que se mezclan ciencia, mitos, prejuicios e ideas preconcebidas. Desde luego que objetivar los riesgos no es tarea fácil pero está claro que tampoco es imposible. Newcombe (1), por ejemplo, hizo un esfuerzo por objetivar el riesgo de muerte asociada al consumo de éxtasis. Para ello contabilizó todas las defunciones registradas oficialmente asociadas al uso de esta sustancia y las comparó con la cantidad estimada de consumidores y la frecuencia estimada de consumo. A su vez, hizo las mismas operaciones con otras actividades deportivas y de la vida cotidiana. Finalmente, comparó las probabilidades de producir la muerte que mostraban unas y otras conductas y, curiosamente, encontró que la probabilidad de morir o de sufrir un accidente grave era similar para los deportes de nieve y el consumo de éxtasis. Está claro que, más allá del margen de error que pueda tener o de los cuestionamientos metodológicos que se le puedan hacer, el estudio de Newcombe nos ofrece, al menos, una orientación, un acercamiento a la objetividad y a la realidad, más acertado que el alarmista discurso de “las pastillas de la muerte” al que tanto recurren, por ejemplo, los medios de comunicación (2) que promueven así una percepción de riesgo elevadísima que no se corresponde ni remotamente con la evidencia científica disponible (3). Por lo tanto, en cuanto que deseables por su mayor objetividad y operatividad, una vez que se hubiesen realizado más estudios como el de Newcombe y se hubiesen logrado objetivar los distintos riesgos asociados al uso de las distintas drogas, habría de compararse la percepción de riesgo de la población diana con la probabilidad de riesgo objetivo que hemos extraído de la evidencia científica. En los casos en que la percepción de riesgo del público destinatario fuese menor que el riesgo objetivo, la Prevención debería enfocar sus esfuerzos a aumentar esa percepción de riesgo, no obstante, lo contrario también habría de darse, es decir, cuando la percepción de riesgo fuese superior al riesgo objetivo, los esfuerzos habrían de dirigirse a disminuirla, pues, de lo contrario, no se estaría trabajando en base a la evidencia sino en base a otras cuestiones de muy distinta índole.

¿Cómo es posible, por lo tanto, que uno de los objetivos básicos de la Prevención sea el aumento en la percepción de riesgo? Una respuesta a esta pregunta podría ser que la percepción de riesgo de la población española, de los adultos, de los jóvenes y de los adolescentes, es siempre inferior al riesgo objetivo asociado al uso de drogas. Sin embargo, parece difícil creerlo y la evidencia parece indicar, de hecho, que no es el caso. Pongamos, por ejemplo, el riesgo de adulteración del éxtasis. Nuestra experiencia en Energy Control nos indica que la creencia en la elevada presencia de adulterantes está ampliamente extendida, tanto que incluso se plasma de forma habitual en los materiales preventivos al uso (4). Sin embargo, la evidencia científica nos indica, a través de los datos del Instituto Nacional de Toxicología (5), que la adulteración del éxtasis en España es mínima, siendo el adulterante principal la cafeína y no habiéndose detectado jamás la presencia de adulterantes habitualmente mencionados en los medios, en los materiales preventivos o entre la población general, como son la heroína, el matarratas o el LSD. Es decir, en este caso la percepción de riesgo general es claramente superior al riesgo objetivo que indica la evidencia científica. Veamos, sin embargo, la percepción de riesgo referente a los posibles problemas respiratorios asociados al consumo de cannabis. En nuestra experiencia en talleres en Institutos de Enseñanza Secundaria nos hemos encontrado con muchos alumnos que pensaban que fumarse un porro de hachís era menos perjudicial para los pulmones que fumarse un cigarrillo, algo que no se sostiene, no ya ante la evidencia científica sino ante el más mínimo sentido común, pues fumarse un porro, por definición, supone fumarse el hachís más el cigarrillo y, además, sin filtro de algodón, por lo que resulta patente que, como mínimo, habrá de ser igual de perjudicial para los pulmones sino claramente más. En este otro caso, por lo tanto, la percepción de riesgo estaba por debajo de lo que indicaría la evidencia.

De hecho, nuestra experiencia nos dice que la percepción de riesgo, lejos de estar siempre por debajo o siempre por encima de lo que indicaría la evidencia, suele estar absolutamente descabalada: muy alta para algunas cosas y muy baja para otras. En consecuencia, el objetivo de una Prevención basada en la evidencia debería ser el ajuste de esta percepción de riesgo a los riesgos objetivos estimados. La Prevención que se hace hoy en día, sin embargo, al plantearse como objetivo el aumento en la percepción de riesgo, reniega expresamente de la intención de realizar este ajuste, reniega, por lo tanto, del trabajo en base a la evidencia y dirige sus esfuerzos a mantener ese desajuste entre la percepción de riesgo y el riesgo objetivo, sólo que escorándolo completamente hacia la percepción de riesgo alta, siempre e indefectiblemente alta, cuanto más mejor.
En consecuencia, mientras esto no cambie, por mucho que se evalúen los programas respecto a si aumentan o disminuyen la percepción de riesgo, la Prevención continuará estando lejos de ser una disciplina mínimamente científica y seguirá siendo una disciplina que se rige y guía principalmente por las buenas voluntades, que, a estas alturas, ya deberíamos saber que son siempre muy loables pero, a veces, muy peligrosas. De hecho, si la Prevención se plantea como objetivo prioritario el aumento en la percepción de riesgo es porque parte de la premisa de considerar el uso de drogas como intrínsecamente negativo, perjudicial e indeseable y, en consecuencia, sus intenciones primordiales son la bienintencionada reducción del número de personas que se inician en el consumo y el bienintencionado retraso de la edad de inicio de los consumidores. Para alcanzar tales objetivos sabe que el bienintencionado recurso al miedo es una estrategia muy eficaz y, por lo tanto, trata de aumentar el miedo hacia las drogas lo máximo posible (aunque sea en contra de la evidencia objetiva, como hemos visto), porque, a fin de cuentas, la rimbombante y políticamente correcta expresión de Percepción de Riesgo significa exactamente lo mismo que Miedo, ni más ni menos.

De este modo, con la justificación de las buenas intenciones, el Estado y con él las Instituciones de carácter preventivo se convierten en los Administradores y Gestores del Miedo: deciden a qué se le debe tener miedo y cuanto miedo se le debe tener, estableciendo que el miedo a las drogas ha de ser alto y que el objetivo de la Prevención ha de ser mantenerlo alto, aumentando la percepción de riesgo siempre y en todos los casos.

Cuando, como ha día de hoy, los consumos aumentan y descienden las edades de inicio, se esgrime como causa principal el descenso en la percepción de riesgo y se atribuye este descenso a supuestos discursos banalizadores sin contemplar la posibilidad de que, tal vez, la población diana (jóvenes y adolescentes pero también la sociedad en su conjunto) esté ajustando su percepción de riesgo a la evidencia y sea la Prevención quien no esté haciendo los deberes. Baste recordar que no hace mucho se decía a las chavalas que los porros llevaban a la heroína y que si alguna los fumaba se convertiría en “una yonky y una puta” (de hecho todavía hay quien lo dice: Ref. 6) para comprender la imposibilidad de que tarde o temprano no se produjese un descenso en el miedo hacia el cannabis. Los chavales no son tontos y parece que perciben la evidencia antes que los preventólogos, con el agravante de que, al constatar que el elevadísimo riesgo percibido que estos últimos les habían inculcado está claramente exagerado en comparación con el riesgo objetivo que ahora constatan por otras vías, terminan por perder toda la confianza en los mensajes preventivos, asumiendo que todos los riesgos de los que se les ha hablado están igualmente exagerados. Demostrándose así y una vez más, que el indiscriminado recurso al miedo o, lo que es lo mismo, la indiscriminada elevación de la percepción de riesgo puede dar lugar a resultados contrapreventivos.

De hecho, el efecto contrapreventivo de elevar sin más la percepción de riesgo puede venir dado por muchos otros motivos diferentes al señalado, uno de ellos es la consabida atracción por el riesgo, según la cual es la mismísima percepción elevada de riesgo la que hace que determinadas conductas resulten atractivas. En consecuencia, elevando la percepción de riesgo respecto a las drogas estaríamos haciendo que el acto de consumirlas pasase a ser altamente apetecible al menos para un sector de la población, especialmente para algunos jóvenes y adolescentes ávidos de experimentar sensaciones fuertes.

En cualquier caso, el error no está únicamente en no asumir que el miedo, a veces, preventivamente no funciona porque hay personas que, de hecho, lo buscan y lo desean experimentar. El error está en hacer de la cuantificación y administración del miedo el eje fundamental sobre el que giran y se basan las políticas y estrategias preventivas, en convertir el aumento del miedo en un objetivo en sí mismo, en erigirlo como el indicador principal de la eficacia preventiva y en otorgarle, incluso, un valor explicativo casi absoluto y exclusivo para cuestiones tales como el descenso o aumento en las edades de inicio o el descenso o aumento del número de consumidores. De este modo, modelos preventivos que se creían caducos, obsoletos y superados, siguen estando presentes, camuflando sus consignas y principios bajo nuevos términos más acordes con estos tiempos tan políticamente correctos. Se trata de modelos cuyas formas de proceder se fundamentan en la Psicología de la Persuasión, pues, a fin de cuentas, lo que buscan es persuadir a las personas para que no consuman drogas. Por lo tanto, habiendo decidido ya por la persona qué es lo que NO tiene que hacer, sólo les queda buscar el modo más eficaz para que el individuo haga lo que se ha decidido por él y, en el caso de las conductas que conllevan riesgos significativos, los recursos de elección, por su efectividad y sencillez, son la amenaza y el miedo. Sin embargo, la eficacia de los mensajes amenazantes no se basa en algo tan burdo como “cuanto más alta sea la percepción de riesgo mejor” y esto es sabido no sólo por la Psicología de la Persuasión sino también por su versión parcial y sesgada que es la Prevención que, a pesar de saberlo (7), continua en su empeño de elevar la percepción de riesgo como objetivo prioritario, demostrando, una vez más, encontrarse en un estadio precientífico al guiarse más por las buenas intenciones y los prejuicios que por las evidencias científicas de las que, como en este caso, incluso ya dispone.

Ahora bien, existen otros modelos preventivos que, en lugar de conceptuar el uso de drogas como algo a evitar y erradicar por ser intrínsecamente dañino y perjudicial, lo entienden como una conducta similar a otras (conducir un coche, hacer escalada, paracaidismo, etc.) en las que se ponen en juego placeres y riesgos, potenciales consecuencias positivas y gratificantes y potenciales consecuencias negativas y problemáticas. Por lo tanto, estos modelos consideran el uso de drogas como una conducta perfectamente legítima y respetan el derecho de cada cual a realizarla o no, de modo que para ellos carece de sentido tratar de persuadir a la población en un sentido u otro, como carecería de sentido tratar de persuadir a la población para que practique o deje de practicar la escalada. El objetivo de este tipo de prevención no es que el individuo haga o no haga aquello que se ha decidido que supuestamente es mejor para él, el objetivo es que el individuo sea capaz de decidir libre y responsablemente qué es lo que considera mejor para sí mismo y ayudarle a obrar en consecuencia. En lugar de persuadirle para que haga aquello que hemos decidido por él, se trata de educarle para que pueda tomar decisiones formadas e informadas que sean a la vez fruto y germen de la responsabilidad, la autonomía y la libre autogestión de la propia vida. Se trata, en definitiva, de una Prevención basada en la Psicología de la Educación y no en la Psicología de la Persuasión. Se trata de una Prevención en la que el administrador y gestor de los propios miedos pasa a ser el individuo y no el Estado o las Instituciones Preventivas: será la persona quien deba decidir a qué le tiene miedo y cuanto miedo le tiene, a la vez que habrá de ser también el administrador y gestor de los propios placeres, decidiendo a qué considera un placer y cuan placentero lo considera. La función de la Prevención será, entonces, ofrecer al individuo las herramientas necesarias para que pueda tomar estas decisiones con criterio y pleno conocimiento de causa, para lo cual, en lugar del miedo, habrá de fomentarse y potenciarse la reflexión, la capacidad de decisión y la responsabilidad necesarias para asimilar la información basada en la evidencia que le será ofrecida. Para quienes decidan finalmente consumir drogas, la función de la Prevención será la de orientar a las personas hacia una responsable Gestión de Placeres y Riesgos (8), ayudándoles a que, si lo desean, puedan realizar su personal asunción de riesgos en busca de determinados placeres de la forma más segura y gratificante posible. Para este modelo preventivo, en consecuencia, el aumento de la percepción de riesgo como objetivo general carece absolutamente de sentido, pues aquí no se trata de asustar a nadie para que no consuma drogas sino que se trata de capacitarle para que pueda decidir con responsabilidad y, para ello, lo necesario es que ajuste la percepción de riesgo a la evidencia objetiva. Por lo tanto, el modelo de Gestión de Placeres y Riesgos, aumentará, disminuirá o mantendrá estables la percepción de riesgo del público destinatario, dependiendo de cual sea precisamente su percepción de riesgo de partida. En cuanto que trabaja en base a la evidencia y la objetividad y en cuanto que se fundamenta en el fomento de la reflexión y la responsabilidad y no en el fomento del miedo, no considerará en sí misma contrapreventiva la disminución de la percepción de riesgo de la población diana siempre que finalmente quede ajustada a la realidad y se vea compensada con la potenciación o aumento del conocimiento, el autocontrol, la capacidad reflexiva, etc.

De este modo, en cuanto que el modelo de Gestión de Placeres y Riesgosenfoca el fenómeno del consumo de drogas de forma diametralmente opuesta al modelo de la Prevención del Consumo, resulta evidente que los constructos que sirven para evaluar la eficacia de esta última habrán de ser diferentes a los que servirán para evaluar la eficacia de la primera. Dado que la Gestión de Placeres y Riesgos no considera el uso de drogas como una conducta indeseable que deba ser evitada o erradicada y dado que respeta la decisión de cada cual de consumirlas o no, lo que tratará de prevenir no serán los consumos sino las posibles consecuencias indeseables de los consumos, por lo tanto, el aumento o descenso del número de consumidores no tendrá importancia en sí misma y, consecuentemente, la eficacia de las intervenciones no podrá medirse jamás en base a si aumenta o disminuye el número de usuarios. Desde un punto de vista sanitario podrá evaluarse, no obstante, en base al aumento o disminución de los problemas relacionados con el consumo en proporción con el número total de consumidores. En este sentido resulta interesante señalar que, mientras la Prevención del Consumo cosecha fracaso tras fracaso al constatarse como aumenta la cantidad de consumidores y como descienden las edades de inicio (9), modelos como el de la Reducción de Riesgos y Daños se muestran eficaces en reducir la incidencia negativa de tales consumos, al constatarse la disminución de las muertes asociadas al uso de sustancias psicoactivas, los contagios del VIH, etc., etc. (9 y 10). Respecto al tema que nos ocupa, la Gestión de Placeres y Riesgos, como ya se ha apuntado, no podrá ser evaluada en base a si aumenta o no la percepción de riesgo, pues su cometido no es aumentarla sino ajustarla a la evidencia científica. Por lo tanto, podrá ser evaluada en base a si ajusta realmente esa percepción de riesgo a la evidencia disponible. Para ello, en consecuencia, de poco nos valdrán las evaluaciones al uso, que arrojan datos tan vagos y poco objetivables como este obtenido de las encuestas del Observatorio Español Sobre Drogas (11, pag. 33): “el 66,4 % de los encuestados considera que el consumo de cannabis puede provocar problemas porque destruye al individuo” ” (¡¡¡lo cual, además, se considera una percepción de riesgo baja!!!) y, habrá de hacerse un esfuerzo por operativizar y objetivar los riesgos concretos asociados a cada sustancia y sus probabilidades de ocurrencia: potencial adictivo, potencial para provocar la muerte por sobredosis, potencial para dañar determinados órganos (cuáles, de qué modo, etc.), potencial para producir trastornos psicológicos (cuáles, en qué medida), etc., etc., y valorar si este enfoque preventivo ajusta la percepción de riesgo de la población diana a la incidencia real de tales males. Además, en cuanto que la Gestión de Placeres y Riesgos, aún pudiendo hacer uso de estrategias persuasivas, no es un modelo basado en la persuasión sino en la educación, la importancia que para él tiene el constructo de la percepción de riesgo es sólo relativa y, por lo tanto, la eficacia del modelo podrá y deberá ser evaluada en base a otras variables como los conocimientos adquiridos, el autocontrol y la autoeficacia percibidas en la regulación de la conducta de consumo, la capacitación para reducir la incidencia de determinados riesgos o la madurez y responsabilidad a la hora de tomar decisiones referentes al consumo y asumir sus posibles consecuencias positivas y negativas.

Firmado: Eduardo Hidalgo – Energy Control

eduardohidalgo@gmail.com

Referencias:

1 – Newcombe, R. & Woods, S. 2000. ClubHealth. Traducción Claudio Vidal: ¿Qué riesgo tiene el éxtasis? Un modelo para comparar los riesgos de mortalidad del consumo de éxtasis, las fiestas dance y actividades relacionadas. http://www.energycontrol.org/articlesEnergy/doc19.html

2 – Editorial. 05/03/2002.Las Pastillas de la Muerte. Especial Éxtasis. La Verdad Digital. Murcia. http://canales.laverdad.es/servicios/especiales/extasis/noticia14.htm

3 – Schifano F, et al. 2003. Review of deaths related to taking ecstasy, England and Wales, 1997-2000. BMJ, 326(7380):80-1
http://www.erowid.org/references/refs_view.php?ID=6039

4 – Sanchez, L. 2004. Los Jóvenes y las Drogas de Síntesis. Guía para la Prevención del Consumo y los Riesgos Asociados. Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid. 36 pag.

5 – Memoria 2003 del Instituto Nacional de Toxicología. Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid.

6 – Drugbusters Contra el Fantasma de la Droga. La Verdad Sobre el Porro.
http://www.lamarihuana.com/externo.php?url=http://spanish.notodrugs-yestolife.org&enlace=1454

7 – Ordoñana, J. R. 2002. Amenaza y persuasión en mensajes de salud sobre consumo de alcohol: de la teoría a la práctica. Adicciones. Vol. 14 Num. 4. Pags. 479/485.

8 – Rovira, J. & Hidalgo, E. 2003. Gestión del Placer y del Riesgo o Como Enseñar a Disfrutar la Noche y No Morir en el Intento. VIII Jornadas Sobre Prevención de Drogodependencias de Alcorcón. http://www.energycontrol.org/articlesEnergy/doc13.html

9 – Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías. Informe Anual 2004. El Problema de la Drogodependencia en la Unión Europea y Noruega. http://annualreport.emcdda.eu.int/download/ar2004-es.pdf

10 – Observatorio Español Sobre Drogas. Informe nº 6. Noviembre de 2003. http://www.mir.es/pnd/publica/pdf/oed-6.pdf

11 – Observatorio Español Sobre Drogas. Informe nº 5. Julio de 2002. http://www.mir.es/pnd/publica/pdf/oed-5.pdf

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