La primera vez que escuché el término “personalidad adictiva” fue hace años, en un contexto informal. Recientemente, sin embargo, lo he visto resurgir con fuerza en redes sociales, en boca de influencers y en discursos de supuestos terapeutas que afirman poder diagnosticar a un paciente en cinco minutos basándose en este concepto. Suena intuitivo. Suena ordenado. Nos da una explicación rápida a un problema complejo. Pero tiene un defecto fundamental: la “personalidad adictiva” no existe como entidad clínica reconocida. No la encontrarán en el DSM-5, no aparece en la CIE-11, y no es un constructo validado por la comunidad científica internacional como diagnóstico. Negar la existencia de una “personalidad adictiva” no significa negar la relevancia clínica de la personalidad. Sabemos que existe alta comorbilidad entre trastornos por uso de sustancias y otros trastornos mentales, incluidos algunos trastornos de personalidad. Lo que no respalda la evidencia es la idea de una personalidad adictiva universal, única, estable y determinista que “condene” a alguien a la adicción. La conclusión razonable no es etiquetar identidades, sino afinar evaluaciones: diferenciar entre rasgos previos de vulnerabilidad, psicopatología concurrente y cambios neuro adaptativos inducidos por el consumo.
La falacia de la identidad fija.
Cuando utilizamos el término “personalidad adictiva”, solemos cometer un error de categoría: confundimos síntomas y consecuencias con identidad. La ciencia actual no respalda la existencia de un tipo de personalidad único y universal que prediga inevitablemente la adicción. En la práctica, esa etiqueta mezcla tres dimensiones distintas que conviene separar si queremos hacer un trabajo clínico serio:
1) Rasgos de vulnerabilidad previos.
Existen rasgos de temperamento como impulsividad, búsqueda de sensaciones o baja tolerancia a la frustración que pueden aumentar el riesgo de iniciar y mantener conductas de consumo problemático. Pero tener estos rasgos no garantiza desarrollar una adicción; solo indica vulnerabilidad (Verdejo-García et al., 2019; Caspi et al., 1997). La vulnerabilidad no es destino.
2) Neuro adaptaciones por consumo.
El cerebro cambia con la adicción. El deterioro del control inhibitorio y la reorganización de los circuitos de recompensa, estrés y motivación aparecen y se consolidan a medida que progresa el trastorno. Muchos de los rasgos que, retrospectivamente, se atribuyen a un “carácter adictivo” son en realidad consecuencias neuroconductuales del proceso adictivo, no necesariamente rasgos preexistentes (Koob & Volkow, 2016).
3) Contexto, trauma y apego.
La historia de apego, el trauma temprano y el entorno social pueden ser predictores más potentes que cualquier etiqueta simplista. La evidencia muestra una relación dosis–respuesta entre experiencias adversas en la infancia (abuso, negligencia,
disfunción familiar) y el riesgo de trastornos por uso de sustancias en la adultez (Felitti et al., 1998). Además, la investigación sobre apego y adicción indica asociaciones consistentes entre apego inseguro, dificultades de regulación emocional y mayor vulnerabilidad adictiva (Schindler, 2019). El problema de resumir esta complejidad bajo “personalidad adictiva” es que convierte un fenómeno dinámico y multifactorial en una sentencia: “esto es lo que eres”.
El peligro clínico de la etiqueta.
¿Por qué es peligroso seguir usando este término? Porque el lenguaje crea realidades, especialmente en el contexto terapéutico. Decirle a un paciente que “tiene una personalidad adictiva” puede activar fatalismo aprendido: “estoy defectuoso de fábrica”. Ese marco mental erosiona la autoeficacia, que es un predictor crítico del mantenimiento de cambios conductuales. Además, la investigación muestra que el modo en que se nombra la adicción influye en el estigma y en cómo se percibe la responsabilidad, la esperanza de recuperación y la disposición a tratarse. No es un matiz estético: es clínica aplicada (Kelly & Westerhoff, 2010; Ashford et al., 2019). También puede desviar el foco terapéutico: en lugar de trabajar sobre regulación emocional, trauma, habilidades de afrontamiento, redes de apoyo y prevención de recaídas, el paciente se enreda en una lucha abstracta contra su propia identidad. Y eso, en adicciones, suele ser un mal negocio.
Lo que sí existe: un ecosistema de vulnerabilidad.
Si desmontamos el mito, ¿qué nos queda? Nos queda la ciencia: no existe una personalidad adictiva; existe un ecosistema de vulnerabilidad humana. Lo que observamos en clínica no es una identidad inmutable, sino perfiles de riesgo que emergen de la interacción entre genética, aprendizaje, contexto y capacidad de regulación. En muchos casos vemos personas que, por historia biográfica y emocional, han desarrollado un sistema de regulación desbordado. La adicción, bajo esta óptica, no es el resultado de una personalidad “viciosa”, sino un intento fallido (aunque comprensible) de autorregulación: aliviar estrés, anestesiar dolor, escapar de estados afectivos intolerables o llenar un vacío que no ha encontrado otra vía de reparación.
Desde esta perspectiva, lo que observamos en clínica no son “personalidades adictivas”, sino patrones de regulación aprendidos. Personas que, ante determinados estados emocionales —estrés, vacío, ansiedad, vergüenza—, han aprendido a recurrir a reguladores externos porque no disponen de recursos internos suficientes. Estos patrones no definen quién es alguien, sino cómo ha aprendido a sobrevivir. Y todo aprendizaje, por definición, puede ser revisado, ampliado y transformado.
Hacia un lenguaje de precisión y esperanza.
Los profesionales de la salud tenemos la responsabilidad de ser precisos. Las palabras importan. Es hora de dejar “diagnósticos de café” y usar descripciones clínicas claras:
No digamos “tienes personalidad adictiva”; digamos “hay rasgos y circunstancias que aumentan tu vulnerabilidad, y podemos fortalecer frenos y recursos”.
No digamos “eres así”; digamos “tu cerebro y tu sistema emocional se adaptaron al consumo, y pueden readaptarse a la vida”.
No hablemos de defectos de carácter; hablemos de regulación emocional, trauma, aprendizaje, neuro circuitos y contexto.
La adicción es un fenómeno biopsicosocial complejo, dinámico y potencialmente reversible. Reducirlo a una etiqueta popular no solo es científicamente incorrecto: puede ser clínicamente perjudicial. Existen historias, existen neuro circuitos y existen contextos; pero no existen personalidades condenadas.
Como sociedad, debemos madurar nuestra comprensión de la adicción. Abandonar la etiqueta de la ‘personalidad adictiva’ no es solo una corrección semántica, es un acto de justicia terapéutica. Al hacerlo, devolvemos a la persona la posibilidad de entender su historia no como una condena escrita en piedra, sino como un mapa de aprendizaje que, con la guía adecuada, puede ser redibujado.
Referencias.
Koob, G. F., & Volkow, N. D. (2016). Neurobiology of addiction: A neurocircuitry analysis. The Lancet Psychiatry, 3(8), 760–773. https://doi.org/10.1016/S2215- 0366(16)00104-8
Verdejo-García, A., Chong, T. T.-J., Stout, J. C., Yücel, M., & London, E. D. (2019). Cognitive training for addiction: A review of the evidence. Neuropsychology Review, 29(1), 109–128. https://doi.org/10.1007/s11065-018-9387-7
Caspi, A., Begg, D., Dickson, N., Harrington, H., Langley, J., Moffitt, T. E., & Silva, P. A. (1997). Personality differences predict health-risk behaviors in young adulthood: Evidence from a longitudinal study. Journal of Personality and Social Psychology, 73(5), 1052–1063. https://doi.org/10.1037/0022-3514.73.5.1052
Felitti, V. J., Anda, R. F., Nordenberg, D., Williamson, D. F., Spitz, A. M., Edwards, V., Koss, M. P., & Marks, J. S. (1998). Relationship of childhood abuse and household dysfunction to many of the leading causes of death in adults: The adverse childhood experiences (ACE) study. American Journal of Preventive Medicine, 14(4), 245–258. https://doi.org/10.1016/S0749-3797(98)00017-8
Schindler, A. (2019). Attachment and substance use disorders—Theoretical models, empirical evidence, and implications for treatment. Frontiers in Psychiatry, 10, Article 727. https://doi.org/10.3389/fpsyt.2019.00727



