El género es una categoría de organización social que estructura la sociedad de manera binaria y jerarquizada, otorgando mayor valor a los hombres y lo definido como masculino y situando en una posición de inferioridad y subordinación a las mujeres y a lo asociado a lo femenino, generando, así, un sistema de desequivalencia estructural. Se trata de una construcción socio-cultural que establece un reparto diferencial y desigual de tareas (lo que se ha venido a llamar “división sexual del trabajo”), roles, espacios, distribución de los tiempos, ámbitos de la vida…
Se trata, por tanto, un eje de opresión – privilegio que beneficia a los varones y sanciona a las mujeres por el hecho de serlo, así como a todo aquello que es relacionado con la feminidad. También establece la heterosexualidad como régimen naturalizado de organización del deseo y penaliza a las personas que rompen esta norma: la heteronormatividad. Una consecuencia de este sistema de desigualdad es lo que se ha denominado violencia de género o violencias machistas, necesarias para que este orden injusto se reproduzca y perpetúe.
Asimismo, el género se inscribe en la subjetividad, a través de un proceso de aprendizaje social llamado socialización de género, el cual genera no solo un marcado reparto diferencial de roles, sino también un imaginario simbólico plagado de estereotipos. A través de este proceso, además, se construye lo masculino como neutro y unidad de medida de todas las cosas, lo cual se ha conceptualizado como androcentrismo.
Por último, el género se intersecciona con otros ejes de ordenación social como la clase, la racialización, la orientación / opción sexual… para generar una maraña compleja de opresiones que es imprescindible tener en cuenta para realizar un abordaje de calidad y feminista de los usos de drogas.














