Diseñar comunidades más seguras: cómo el contexto influye en el consumo de sustancias

En un festival de psytrance en plena naturaleza, la duración prolongada, el ritmo cíclico de noche y amanecer y el espacio abierto favorecen la presencia de psicodélicos y empatógenos.

Las sustancias no existen en el vacío. Tampoco las personas que las consumen. Cuando hablamos de drogas recreativas, es habitual imaginar elecciones individuales, como si cada usuario decidiera en completa soledad. Sin embargo, la evidencia científica y la práctica profesional muestran otra realidad: los patrones de consumo están profundamente influidos por las comunidades y los entornos en los que se desarrollan. El contexto —la escena, las normas sociales, la arquitectura del espacio— determina qué sustancias aparecen, cómo se usan y qué riesgos emergen (EMCDDA, 2023).

En mi trabajo con colectivos de reducción de riesgos en festivales europeos, he observado repetidamente cómo las dinámicas comunitarias predicen el tipo de consumo. Esto no significa que la comunidad “obligue”, sino que facilita o desalienta ciertas elecciones. La investigación sobre ocio nocturno también señala que las “escenas de consumo” son un factor determinante a la hora de entender patrones y riesgos (Hughes et al., 2019).

Pensemos en tres escenas distintas. En un festival de psytrance en plena naturaleza, la duración prolongada, el ritmo cíclico de noche y amanecer y el espacio abierto favorecen la presencia de psicodélicos y empatógenos. En un macrofestival urbano o en la vida nocturna de la ciudad, la densidad del público, los horarios comprimidos y la omnipresencia del alcohol hacen que éste, junto con estimulantes como la cocaína o sustancias de duración media como el 3-MMC o el GHB, sea más visible. En comunidades “holísticas” o neo-rituales, psicodélicos como los hongos, la ayahuasca o el San Pedro se enmarcan no como drogas recreativas sino como herramientas de sanación o conocimiento. Ninguno de estos contextos es intrínsecamente más seguro; cada uno canaliza riesgos de forma diferente.

Festivales en la naturaleza. Aquí predominan las experiencias de larga duración. Psicodélicos, MDMA y ketamina suelen ser habituales. Los riesgos incluyen deshidratación, desorientación, crisis de ansiedad o redosificación tras muchas horas sin descanso. En mi experiencia acompañando a equipos de care spaces, lo que más reduce riesgos no son solo los consejos individuales, sino la infraestructura: agua gratuita abundante, zonas de sombra, espacios de integración, y servicios de análisis de sustancias accesibles. Incluso intervenciones simples —mapas, señalización clara, puntos de encuentro— previenen accidentes.

Festivales urbanos y vida nocturna. En entornos urbanos, el alcohol es omnipresente, reforzado por la legalidad y la publicidad. Junto a él, la cocaína y sustancias como el 3-MMC o el GHB encajan con la lógica de la noche corta e intensa. Aquí, los riesgos más frecuentes son la mezcla con alcohol, el sobrecalentamiento en locales abarrotados y las vulneraciones de consentimiento bajo intoxicación. Estudios sobre economía nocturna en Reino Unido muestran cómo estas escenas fomentan polidrogas de corto recorrido (Measham & Moore, 2009). La reducción de daños pasa por ventilación adecuada, agua gratuita de fácil acceso, zonas de calma, transporte seguro al final del evento, personal formado en consentimiento y, algo que cada vez más ciudades europeas implementan, análisis de sustancias cercanos a las zonas de ocio.

Espacios holísticos o rituales. La popularización de ceremonias con ayahuasca, San Pedro o setas refleja una búsqueda de experiencias con sentido. El ritual aporta contención, pero también riesgos particulares: cribados médicos insuficientes, interacciones peligrosas entre IMAOs y medicación común, o dinámicas de poder con facilitadores. Desde mi experiencia colaborando con asociaciones en España y Portugal, el mayor desafío es que muchos participantes asumen que “lo ritual es seguro por defecto”. No siempre es así. Aquí, la reducción de daños requiere consentimiento informado, protocolos claros de contraindicación, guardianes sobrios y espacios de integración posteriores.

En todos estos contextos, los mecanismos son los mismos: disponibilidad, precio, prueba social y diseño del espacio-tiempo. Las sustancias no se consumen únicamente porque alguien las desee, sino porque están presentes, normalizadas y adaptadas al ritmo de la escena. Mientras algunos discursos responsabilizan solo al individuo, la evidencia demuestra que los entornos moldean las conductas de forma sistemática (Hughes et al., 2019). Igual que cinturones de seguridad o preservativos reducen daños no porque la gente sea irresponsable, sino porque los contextos se diseñan para favorecer elecciones más seguras.

Ahora bien, reconocer patrones no significa caer en estereotipos rígidos. También hay psicodélicos en la ciudad y alcohol en festivales rurales. Lo importante no es etiquetar comunidades, sino identificar probabilidades y diseñar en consecuencia.

¿Qué debería hacer la política pública? A mi juicio, el foco debe estar en empoderar a las comunidades para implementar medidas de reducción de riesgos. Eso implica: financiar equipos de apoyo entre pares; garantizar acceso legal y sostenible a servicios de análisis de sustancias; exigir agua, ventilación y zonas de descanso en grandes eventos; respaldar programas de integración y de cultura del consentimiento; y proteger los espacios de intervenciones policiales punitivas que empujan el consumo a la clandestinidad. Las intervenciones más efectivas son las creadas y mantenidas por las propias comunidades, con apoyo institucional en lugar de criminalización.

La lección es clara: las sustancias no entran solas en una fiesta. Llegan a través de la cultura, la escena, la comunidad. Si de verdad queremos reducir los daños, debemos dejar de tratar el consumo como un fracaso individual y empezar a verlo como un reto de diseño colectivo. Comunidades más seguras generan elecciones más seguras. La política debería reconocer y apoyar esta realidad.

Referencias

  • European Monitoring Centre for Drugs and Drug Addiction (EMCDDA). (2023). European Drug Report 2023: Trends and Developments. Publications Office of the European Union.
  • Hughes, C., Stevens, A., Hulme, S., Cassidy, R., & Ritter, A. (2019). The role of “drug scenes” in shaping drug use and harm reduction practices. International Journal of Drug Policy, 73, 103–110.
  • Measham, F., & Moore, K. (2009). Repertoires of distinction: Exploring patterns of weekend polydrug use within local leisure scenes across the English night-time economy. Criminology & Criminal Justice, 9(4), 437–464.

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