En los últimos meses ha habido en los medios de comunicación un debate sobre la conveniencia y la viabilidad de la prohibición del consumo de tabaco en los espacios públicos. Las propuestas del Plan Nacional de Tabaquismo, que establecen la voluntad de avanzar hacia los centros de trabajo sin humo para el año 2005, respaldadas recientemente en Catalunya por declaraciones en el mismo sentido de las autoridades sanitarias, han hecho aflorar algunas tensiones.
Los ejemplos recientes de otros países como Irlanda, donde se ha demostrado que la restricción del consumo de tabaco en santuarios del humo como los tradicionales pubs pueden llevarse a cabo sin que se produzca la fractura social que algunos habían augurado, han conseguido hacer más creíble el escenario propuesto. Como consecuencia, también han desencadenado el ataque de los que temen estos avances.
En este debate, los detractores de las normativas suelen ignorar los tres argumentos fundamentales. En primer lugar, el impacto social: al menos 700 muertes anuales en España debidas a esta exposición involuntaria; en segundo lugar, la coherencia con otras medidas restrictivas de productos que, aunque legales –como las bebidas alcohólicas, las armas o los vehículos a motor–, pueden producir efectos adversos que debemos evitar, y en tercer lugar, el reconocimiento de que el tabaquismo no es simplemente un hábito personal, sino que se trata de una adicción, de la que la mayoría de sus usuarios desearían librarse.
Para reducir la exposición involuntaria al humo es fundamental avanzar en las medidas de control en el ámbito laboral, donde el efecto acumulativo de la exposición a lo largo de muchas horas constituye un riesgo para la salud de una magnitud considerable. Desde una perspectiva ocupacional, sin duda el sector de la restauración y el ocio presentan los riesgos más elevados: la exposición durante un periodo de ocho horas a concentraciones de carcinógenos derivados del humo que se encuentran en algunos espacios de ocio –como bares o discotecas– equivale al consumo activo de hasta 10 o 15 cigarrillos. Pero también en otros lugares de trabajo, incluyendo oficinas y despachos compartidos, tienen concentraciones significativas de humo ambiental que afecta de forma silenciosa y lenta a la salud de las personas expuestas.
Los retos que quedan son enormes, y sólo en parte pueden ser abordados desde una perspectiva sanitaria. Para avanzar tendremos que movilizar los recursos necesarios para que el cambio sea gradual, explicando además que la limitación del consumo de tabaco no tiene por qué comportar perjuicios económicos ni siquiera en el sector de la restauración. Y quizás lo más importante, dejar bien claro que el objetivo primordial, que puede y debe ser compartido por todos, fumadores y no fumadores, no es prohibir, sino proteger: nuestra salud, la de todos. Podemos y debemos hacerlo, y cuanto antes, mejor.
Firmado: Manel Nebot
Publicado en LA VANGUARDIA el 05/08/2004